miércoles, 12 de marzo de 2008

Brigada Intervención en Crisis. Chiapas, 2005.

Brigada Intervención en Crisis. Chiapas, 2005.
Por: Javier Valencia R.
Estudiante de Psicología
UIA, Puebla

Estaba cursando el sexto semestre en la carrera. Surgían varias inquietudes sobre la psicología social y las aplicaciones que tiene dentro del país. Intentaba conocer más de los trabajos que se hacían dentro de la universidad; conocí el servicios social integral que es la posibilidad de hacer el servicio social en alguna comunidad ya sea en la sierra de puebla, Chiapas y Oaxaca. Comenzaba a percibir muchas quejas, no en los hechos ni en los métodos, sino en las actitudes; la apatía parecía generalizada y para variar, encontraba muchas mas contras que pros. Veía que la gente a mi alrededor buscaba oportunidades pero les eran negadas, decían: la investigación es mal pagada y se mantiene en un prestigio cuestionado por todos los contenidos que se requieren abordar. Así me di cuenta que la psicología social, no era simplemente teoría sino que casi todo se basaba en la acción.

Sucedió lo del huracán. Se decían muchas cosas en las noticias del huracán que le había pegado a Cancún pero nada del que había arrasado con la costa de Chiapas. En los noticieros se veía como mandaban ayuda y como los ríos no perdían su fuerza con el paso de los días, que el apoyo no era suficiente y que los métodos, para variar, eran deficientes. Sin embargo, pues es ayudar, no es brindar ninguna limosna, es simplemente aceptar el compromiso social y saber que se podía hacer. Las opciones de la universidad se reducían a formar parte del staff receptor de despensas. Y ahí estuve un par de días encargado de recibir los artículos que donaban los estudiantes. Y llegaron varias compañeras a apoyar, los mismos de siempre, los que asisten a las juntas de broncas estudiantiles, los que asisten a los eventos de la universidad, la gente participativa. Ahí comenté mis inquietudes, debía haber algo que pudiera hacer que no fuera donar latas (que no podía comprar) o ropa (que no tenía). Podía ir, insistía en que yo quería ir a entregar las despensas, un contacto más directo. Así llegué a la coordinación de psicología, y ahí la Maestra Covadonga Cuétara me informó sobre una brigada que se tenía pensada hacer.

El llamado lo hicieron desde Chiapas, la integrante de la coordinadora de mujeres COFEMO, Guadalupe Cárdenas que a su vez puso en contacto a la responsable directa, Yolanda Castro del Área de mujeres de la Coordinadora de la Sociedad Civil en Resistencia, y a Juan Martínez, compañero integrante del comité de desastres del Centro de Formación Social y Ambiental de la UIA-Puebla.

En principio se buscaba apoyo de estudiantes de medicina y psicología, pero al final, después de contactar con otras universidades, como la UPAEP y la BUAP, no se recibió respuesta así que la actividad se llevo a cabo con alumnas y alumnos de la UIA-Puebla en su mayoría.

Así se lanzó una convocatoria y al final éramos 10 estudiantes y la Maestra Guadalupe Chávez. Se llevaron cabo reuniones entre la coordinadora de la carrera Covadonga Cuétara y el Maestro Juan Martínez, así como con varios directivos de la universidad; se concreto el grupo de 8 estudiantes de psicología y una de nutrición de la UIA-Puebla, una compañera psicóloga de la BUAP, acompañados por la ya mencionada Mtra. Guadalupe Chávez, profesora de tiempo del Centro de Formación Social y Ambiental.

Se estableció una reunión con los integrantes. Teníamos que fundamentar nuestro trabajo y ver cómo íbamos a llevar a cabo esa brigada. Durante un fin de semana, los 11 integrantes del equipo, recibimos cursos intensivos de primeros auxilios y de intervención psicológica. Cada uno como estudiante tenía que dejar finiquitada su situación en la universidad. Para mi representó varios problemas, sobre todo con profesores que se quedan con lo escrito en el manual. Estaba realizando una práctica en una comunidad cercana a la ciudad de Puebla, en Tlaxcalancingo y ese fue un trabajo que tuve que posponer y que terminé meses después.

Dejando claros los parámetros con las autoridades universitarias, faltaba el trato con las morales. Tenía que hablarlo con mis papás, intentaba decirles que el dinero no era problema, que lo cubría la universidad, que de responsable se quedaba la Coordinadora, que iba una Maestra de la universidad, que en Chiapas no corría mayor peligro y que no me iba a exponer. Fuerte episodio, mis papás mandaron mails y hablaron por teléfono con la coordinadora para estar seguros de mi seguridad. Y si, pensaban que por ser joven era un asunto de creer en la libertad y los derechos humanos. Yo les explicaba que no era sólo un instante, que era mi vocación, que ya era tiempo, ya había estado criticando a la sociedad y tolerando las incoherencias del sistema, ya había buscando de fondo elementos teóricos para poder insertarme en un problema social. Ahora tenía la oportunidad de llevarlo a la práctica y no la iba a dejar pasar. Eso probablemente pudo haber sido una presión para mis papás, ya que con palabras similares, tres años antes, les hacía ver que mi lugar estaba estudiando psicología en Puebla.

Después de unas cuantas discusiones en dónde yo exponía mi gran discurso sobre la libertad del individuo y su capacidad para determinar los límites, y ellos su enorme y leal preocupación sentimental de que pudiera estar corriendo algún riesgo, logré la autorización y que enviaran cartas de conformidad a las coordinaciones.


Nos reunimos en la central, con maletas, con encargos y con bendiciones, nos lanzamos a Chiapas. Al llegar a San Cristóbal de las Casas, el 29 de noviembre del 2005 nos informamos acerca de 2 reuniones informativas que tendríamos antes de salir a comunidad. La primera, sobre la situación de las comunidades de Chicomuselo, y la segunda, de cómo se había estado realizando el trabajo de un programa psicosocial que estaban realizando integrantes de la Coordinadora.

Se nos informó que al día siguiente, se tenía planeada una reunión con los grupos que estaban encargados de las despensas en la cabecera municipal, así que la Maestra Lupita, Erika y Neptalí fueron de avanzada en lo que el resto recibíamos la información del programa psicosocial. Esto sirvió de integración, no se por que razón, la maestra Lupita me hizo responsable del grupo, sólo era mantener la armonía, de acuerdo a lo que habíamos establecido. Todos estábamos de acuerdo en que una comunicación clara y directa nos iba a permitir trabajar con las manos libres, así, desde los días en que recibimos los cursos intensivos en Puebla, nos reuníamos y expresábamos lo que sentíamos, en plena confianza.

Por un lado por que era fundamental saber que, si era fortaleza y recursos humanos los que íbamos a ofrecer, los primero que teníamos que estar “bien” éramos nosotros. Por ejemplo, si una situación resultaba de choque para alguno de nosotros, era cuestión de trabajarlo entre nosotros y así garantizarnos seguridades al interior del grupo. Por otro, el reconocer nuestros límites, tanto individuales como grupales, en dónde cada uno de nosotres expresó desde porqué estaba ahí hasta cómo se sentía en el día a día.

Al día siguiente nos reunimos todos en Chicomuselo y ese mismo día trabajamos. Lo primero era trabajar con la gente de los barrios ahí cercanos. Eran personas que habían perdido parte de sus casas, los vientos habían arrancado techos y el río había crecido como nunca. Había niños corriendo de casa en casa anunciando nuestra llegada. Nos separamos, en grupos de dos o tres nos acercamos a platicar con la gente. Ahí algunos tuvimos la oportunidad de aplicar algunas técnicas de relajación y hacer un par de intervenciones con personas “afectadas por los nervios” como decía la gente del pueblo.

De ahí a reagruparnos y compartir impresiones. También a acomodar nuestras cosas; como nos habían dicho que las condiciones eran de desastre (entiéndase lo peor que se puede uno imaginar) pues cargamos hasta con galones de agua, los cuales dejamos en la bodega, que en realidad era un salón en dónde realiza actividades la iglesia, junto con nuestras mochilas. Ahí dormíamos, adaptamos algunas colchonetas y con algunas bolsas de dormir que llevaban mis compañeras nos hicimos un lugar para descansar. Ahí también comíamos, la gente de la iglesia dirigida por el padre Eleazar, se coordinaba para brindar servicios. Ahí conocimos la parte médica, una señora que se encargaba de controlar y fabricar sustancias curativas a base de hierbas que eran recolectadas por otras señoras.

Al día siguiente, salimos rumbo a la primera comunidad. Nos explicaron que comúnmente el recorrido lo hubiéramos podido hacer en camioneta, en transporte público, pero los daños que ocasionó el desborde del río, imposibilitaban el paso. Sugirieron que tomáramos un transporte hasta dónde fuera posible, o sino por un camino que era el antiguo a pie. Ese fue el que elegimos para llegar a Lázaro Cárdenas. En el camino siempre había alguna persona que, al ser miembro del comité encargado de las despensas, también era parte de la comunidad, por lo tanto sabían qué tipo de problemas podríamos encontrar en el camino. Como el paso de una hamaca, tomando en cuenta algunos problemas de género (“machista”) de la población, pensaban que al ser mayoría mujeres, no iban a aguantar el paso.

Lo difícil no fue llegar, lo feo fue el sorprendernos tanto del recibimiento, ya que al llegar, estaba mucha gente reunida en el jardín de uno de los compas. Eran muchas mujeres y hombres, todos entusiasmados nos dieron la bienvenida, nos ofrecieron agua. Nosotros impactados (tal vez) solo aventamos las mochilas, agrupamos a la gente, hicimos una presentación, dijimos nuestros nombres y qué íbamos a hacer y resolver así el primer gran problema al establecer una relación, conocer qué hacemos ahí. Les preguntamos si alguien sabía que era psicología, y nos dimos cuenta que iba a ser el principio de respuestas muy peculiares, como “las personas que ven bichitos en el agua”, “los que saben por qué el agua del río no aclara”, “brujos”, etc.

La primera dinámica al ser de integración, sugería la participación de toda la población. Después nos dividimos en grupos, así los grupos de mujeres, al ser mayoría tanto en nuestro grupo como en la comunidad, fue con mas integrantes, siendo, por grupo, con dos de nuestras compañeras y entre 7 y 19 mujeres. Los grupos de varones eran dirigidos por Valentín, Neptalí y Javier. Ahí les hablamos del trabajo en equipo de reconocer que la fuerza que nos ayuda a la resolución de problemas es en principio reconocer que necesitamos ayuda, y el por qué siempre habría que estar dispuestos a trabajar por nuestra comunidad.

Al final del día, la población había encargado a varias personas que prepararan comida en sus casas, y así fuimos “repartidos” en diferentes casas de la comunidad. A mi me tocó con un don que me llevó a cenar a la taquería de su cuñada, me contó que el tenía que cuidar de la casa por que su hermano estaba en “los Estados”. De ahí, me llevó a casa de don Chilo, el Chilo pobre, que nos ofreció un cuarto en el cual podíamos tirar las bolsas de dormir de mis compañeras, y para mi fortuna ahí había un colchón que pude utilizar. Esa noche, después de que todos alcanzamos a darnos unos manguerazos para mover las vibras y en cansancio de atravesar un cachito de selva, que para ellos es cosa de todos los días, cuatro veces al día, pero para un gris citadino puede ser una variación de circunstancia, no así de intensidad, por que, a pesar de manifestar cansancio, todos logramos descansar seis horas y estar listo al día siguiente para tomar desayuno y dirigirnos a la siguiente comunidad. Esas seis horas llegaron después de una de las reuniones mas importantes, ya que ahí fue el golpe, el primer punto de comparación que podíamos obtener.

Ahora bien, estas observaciones sobre la primera comunidad se resalta por que fue el parámetro para las experiencias posteriores, ya habíamos tenido ese primer contacto con la gente, estuvimos en la comunidad, nos compartieron sus espacios, su forma de vida y sobre todo la participación de la gente, que no porque sean muchos significa que estuvo bien. Siento de esa primera experiencia me di cuenta de que las confrontaciones y los shocks no eran solo ante ver naturaleza destruida o personas llorando y sufriendo, sino también de reconocimiento de capacidades y habilidades, cómo hacer cuando un grupo no responde, cuándo la apatía es la única generalidad, cómo llamar su atención, cómo hacerle para no ser uno de esos que dicen que vienen a ayudar, y más cuando no teníamos nada tangible que ofrecerles. Y esas fueron generalidades que se dieron a lo largo del camino.

Así es como empezó, de ahí vinieron caminos largos y agotadores, a veces en camioneta, las más a pie. Hubo días en los que podíamos dar los talleres a dos comunidades, por la relativa cercanía que hay entre ellas. Una vez nos tocó una población inmensa, realmente toda la comunidad fue a ver de que se trataba, poco a poco se fueron dispersando ya cuando vieron que había que involucrarse un poco mas. Hubo otras en donde la asistencia fue par a dos familias de 8 integrantes.

En otra ocasión, permanecimos tres días en una comunidad. Para llegar a ella, Vado Ancho, había que atravesar la zona mas afectada, sin embargo, nosotros no trabajamos con esa población por diferencias que se habían establecido a la hora de la ayuda. El gobierno o alguna ong (no recuerdo con certeza) había dicho que sólo apoyaría a esa población por ser la mas afectada, “por que ellos perdieron sus casas”, pero eso limitaba el apoyo por parte de otras organizaciones. En fin, en Vado Ancho había una cantidad increíble de niños, todos hablaban de la tristeza de siempre haber visto ese río transparente y que ahora (y hasta la fecha) el agua está contaminada y café. A las orillas de ese río trabajamos, en esta ocasión me tocó con los jóvenes. En otras ocasiones también me tocó encargarme de los niños y una vez se me permitió trabajar con un grupo de mujeres.

Las actividades que poníamos eran variadas, enfocadas al descubrimiento de fortalezas, capacidades y actitudes que nos ayudan a superar una situación traumática. El trabajo en equipo como base, las actividades eran más que nada de participación en equipo, que descubrir la manera en como todos se necesitaban y que también es necesario aceptar cuándo se necesita ayuda, así como saber pedirla. Reconocer que todos podemos poner de nuestra parte para lograr un objetivo común, en este caso, salir de la crisis y trabajar para construir esa estabilidad que se vio dañada.

Y al final, la experiencia fue gratificante y constructiva para todos los que formamos parte de ella y de eso nos dimos cuanta cuando, el último día, la gente que había convivido con nosotros nos preparó una cena. Ahí nos hablaron de los talleres y de lo agradecidos que estaban por que fuimos, ellos lo sintieron como un acompañamiento en el dolor por el que estaban atravesando y nadie había tenido esa atención. Nos dijeron que las dinámicas y los juegos que hicimos los ayudaban a reconocer que entre todos podían salir mejor de esa difícil situación. Para mi fue un tanto inspirador, significó el sentido de lo que estaba haciendo, las relaciones estaban establecidas y lo único que se puede ahora es fortalecerlas, y todo desde un trabajo que se realizó con la simpleza de la práctica común. Siento que lo mejor de esta experiencia fue el saber que si en el grupo interior la cosa funciona tenemos derecho a llevarlo a más. Cada situación que nosotros enfrentamos como grupo, algunos llantos, algunas tristezas, algunas crisis que no llegaron a ser tales precisamente por que antes había alguien que escuchaba, siempre alguien a tu lado para poder llevar a cabo lo que sabes que puedes hacer. Cada quién sus recursos, cada quien con la persona que prefiera a su lado, pero siempre acompañados.
*Para más información acerca de este reportaje ponerce en contacto con el autor al correo: kepaike@hotmail.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Orale compa,, esta chido tu trabajo,,
No muchas personas tienen la oportunidad de realizar intervenciones sociales de ese tipo.
Nos debe caer a la razón que el quehacer de un psicologo es un compromiso social.
Pues la neta que padre que quisieras participar en un proyecto de tal indole puesto que siempre que sucede un desastre, solamente pensamos en enviar comida y cosas materiales,, pero olvidamos que tambien necesitan apoyo psicológico el cual es hasta más importante para esas personas, las cuales se encuetran es un estado de confusión.

andariega dijo...

Creo que este es un buen ejemplo de que las ganas de hacer algo no solamente se tienen que quedar en palabras o ideas sino con decisión se pueden llevar a acciones que apoyen a una causa, y claro son experiencias que te sacan de tu contexto pero que te hacen enfrentarte a la realidad que a veces solemos evadir..